Mis ideas andando... por doquier suena la ansiedad, suena a gritos... presenta a todos sus personajes...

"LAGUNAS DE SOLEDAD ENTRE UN MAR DE GENTE..." laj hakkinen.

Wir lieben die Wörter und vergessen sie nie...

3/31/2005

Franz Leufer

Escarlata. Laj hakkinen. Mis manos descansaban sobre el barandal de popa, lo hacían mientras contemplaba las corrientes y la espuma que dejaba el barco. Era Septiembre, el tiempo lo anunciaba, tomé un cigarrillo, fumé. Estábamos próximos a volver a tierra, no recordaba con exactitud cuantos días llevábamos en altamar, Dolía la pérdida de mi dedo meñique, también la de mi padre, silbé esa canción que silbaba cada vez que la tristeza me llegaba, tomé mis manos llenas de heridas y las junte contra mi cuerpo, los vendajes lucían ensangrentados y sucios, el dolor me aturdía, rodó una lagrima en mi cara enrojecida por la brisa fría. La paga era buena, el riesgo era alto, quizás, hasta morir en uno de esos días de persecución de algún cardumen o de una ballena. La tristeza llegó, tiré la colilla al mar, miré como caía. Sentí la paciente corriente mover al barco, tanta tranquilidad anunciaba una tormenta. Se acercó Harris, llegó con ese humor sarcástico de inglés. Le ofrecí un cigarrillo, no se negó, se paro junto a mí, también tomé un cigarrillo y lo encendí después de encender el de Harris. Él era el cocinero, nunca le dije el horrendo sazón de su pescado, ni de su maldito orgullo de inglés; a pesar de todo era el único en ese barco que entendía la soledad como yo. Oía sus palabras, más sin embargo no lo escuchaba, la noticia de la perdida de mi padre y no estar cerca de mi familia en esos instantes me aturdía. Sólo eran sí mis respuestas a Harris, sabía de mi dolor y no se irritó por seguir sólo la conversación sin interesarme en sus asuntos. Se marchó al terminar de fumar su cigarrillo, se perdió entre el pasillo babor. La bruma empezó por cubrir las cercanías del barco, cada vez se nublaba la visibilidad, el regreso sería largo, estábamos por cruzar el mar de Barents, y el frío ya me calaba. Saqué el gorro de lana y lo puse en mi cabeza ya entumida. Viajábamos cerca de la costa, el mar no era de fiar en ese mes, apenas alcancé a mirar el faro de Vardö. Me encaminé hacia mi camarote, crucé casi la mitad del navío para llegar, era muy pequeño, solo una cama y un pequeño buró y en la pared una foto, de mi familia, estaba desgastada por la humedad del mar. Me recosté, cerré mis ojos y traté de descansar la vista, todo era rojo, como el escarlata de la borda y el mar después de una buena pesca; como la herida que había dejado la perdida de mi padre. Respiré relajado, aún mis ojos estaban cerrados, el frío calaba hasta ese rincón enclavado en el corazón del Crazy Mary. No podía dejar de pensar en el rojo de la sangre, el de las tardes al sucumbir el sol, el de mi meñique y el de mi piel quemada por el sol. Era escarlata, como el Mustang, que habíamos arreglado mi padre y yo, como los labios de la sueca en Malmö, todo ese rojo me recordaba el dolor de cuando se ama. Abrí los ojos, me levante y me dirigí a la cocina, Harris se reía, ocultaba también sus desgracias, siempre con su tono alegre. Cocinaba su pascado frito. Me reí también, el escarlata sólo estaba en mis recuerdos.